viernes, 12 de febrero de 2016

Del calor de establo y del fin de los días




¿No habéis oído el relato del místico que bajo de las montañas para predicar su doctrina en las calles de la populosa Esmirna? Con su candil, su cayado y los pliegues de su levita, atronaba las indiferentes calles: "¡Estáis solos! Abandonad a quienes tengáis cerca. Vivid la noche. ¿No hiela más ahora el frío? ¿ Que calor buscaremos en la llanura sofocada? No viváis cual bestias, apacentadas en el calor del establo. No os retiréis en la muchedumbre ansiosa ¿Que Dios nos concederá el don de la soledad?"

Las calles reían al verlo, alumbrando en pleno día las majestuosas coronas de los edificios agitando el candil.

¡Despertad los riscos iluminados por la tormenta! ¿Quién ha detenido la marcha de los días? No busquéis fuera de vosotros, vuestro hermano vive en la casa de vuestro cuerpo y se esconde de los otros. La armonía es el yo, y toda compañía teme. ¿No es más confortable el pan cocido en el horno propio? ¿No se esta alejando el cometa de su cielo cuando el sol reina?  ¿No giran las calles con cada mirada? ¡Mirad dentro del alma!

Los relatos dicen que pasaron días, y el rastro se pierde en las brumas del pasado, donde se funde con el registro del diluvio que se conoce como "La Tormenta Interminable", de la que poco má se puede añadir.





Las lágrimas caían copiosas, sin temblor ni pausa.Contemplando su ritmo hipnótico, Abdul Alhazred despejaba los velos de Maya y supo que la velocidad de las cosas era un vórtice incontenible que arrastraba conciencias, certezas, piel y sentidos. Una voz poderosa se abría paso entre los truenos para anunciarle que estaba muerto desde que fue concebido, que lo inmutable existía y aunque era solo posible vislumbrarlo, arrastraría las mismas montañas desde cuyas oquedades se resguardaba.El voraz devenir destruía su recuerdo y su anhelo, todo lo que existió para él era presa de su pavoroso naufragio y su mirada oscura contempló los imperios, las lumbres y las marismas implosionando para dar a luz nuevas ilusiones. Supo que pronto todo estaría muerto. Cada remordimiento y lágrima, cada sonrisa, cada pulgada de carne y afán que había conocido, que alguien había engendrado o elevado, cada alma y cada conciencia, morirían al fin, dando lugar al paso de eones al final de los cuales la misma muerte moriría a su vez  para dar lugar a un eterno reino de roca y hielo. Cada calidez de establo se componía de esa sabiduría ardiente cuyos ojos mataban. Y miró, y se adentró en el páramo de la locura sin pena ni sentido de pérdida.





Nota del traductor: Adul AlHazred es el nombre ficticio del autor del manuscrito conocido como "Necronomicón". Los palimpsestos conservados se resumen en formulas rituales de convocación de entidades sobrenaturales, que él llama "Los Antiguos", para que se apoderen del mundo, que les pertenece. 

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